Cuando era niño, creía que mis abuelos eran muy viejos. Y mi bisabuela, una Matusalén… Y posiblemente no llegaban ni a los sesenta. Nuestra mirada está condicionada también por la franja etaria. Y nuestra edad, por los ojos del otro. Por más que insista, algunos de mis sobrinos no logran llamarme por mi nombre. Lo de “tío” es inevitable.
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